jueves, 11 de diciembre de 2008

SESIÓN Nº 16, Tema: Aprendizaje transformacional con la poesía


Imagen: El arte y la literatura, William Bouguereau

Miércoles 5 de Noviembre 2008
Casa de la Cultura El Tabo

Encuentro con la vida y obra de Max Jara, Beatriz Concha Cosani, Carlos Pezoa Véliz
y Ester Matte Alessandri
Dinámica grupal: estudio de biografías y poemas
Plenario

Concha Cosani, Beatriz (1942 - ) Chilena. Nace en Santiago un 14 de mayo. Su padre, Ruperto Concha Varas la crió en el campo, junto a sus hermanos, en Rinconada de la Requinoa, cerca de Talagante, con el cual aprendió a conocer la naturaleza. Su madre, la escritora e ilustradora Esther Cosani, la introdujo en la literatura, en la magia y en el mundo invisible sólo accesible a través de la imaginación y la creatividad. A los once años regresó a Santiago para ingresar a un buen colegio donde no pudo adaptarse. No fue comprendida, en este círculo escolar, que ella pudiese subirse a un alto pino, mientras sus compañeras, muy “educaditas y señoritas” no pudieran hacerlo por respetar “reglas” y demases. En sus estudios sus notas no fueron más que mediocres, no obstante en Artes Plásticas siempre tuvo un siete. Con 16 años ingresó a estudiar Artes Plásticas en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Adquirió el oficio de ilustradora recorriendo diversos países de Sudamérica trabajando como dibujante. Al escritor de cuentos infantiles Saúl Schkolnik le ilustró varios libros. Casada con Alain de Grange, trabajó para los diarios La Tercera en “Icarito”, para “Pocas Pecas” en El Mercurio. Ha dedicado la mayor parte de su vida a ilustrar libros infantiles - seiscientos y más - y textos escolares de diferentes empresas Editoriales. En el año 1995 recibe una medalla en la Bienal de Ilustración Infantil de Tokio en el concurso Norma. En 1994 publica su primera obra literaria, «El país de las Ausencias» editado por Zig-Zag, el cual es adquirido por el Proyecto Biblioteca de MECE. Obtiene el segundo premio de novela del Consejo Nacional del Libro y la Lectura con “Rosita Sombrero” en 1997. Para el año siguiente, 1998, por “Un remolino de Cuentos” otorgado por el mismo consejo con un segundo premio. Actualmente reside en Francia y expone sus pinturas en la Galería Schwarzbach en Wuppertal, Alemania. De otras obras destacamos “Tontinas” editado por Zig-Zag en abril del 2000.

LOS PERDENTOS
Beatriz Concha
Chilena

Muchas cosas se han perdido
cual llevadas por el viento…
El viento no es un bandido:
se las roban los Perdentos.

Los Perdentos….¿Quiénes son?
Unos duendes flacuchentos,
maliciosos, copuchentos,
largos dedos de ladrón.
Envuelto en su capuchón,
el Perdento se desliza
como una sombra huidiza
y se esconde en un rincón.

Observa, con sólo un ojo,
el objeto que desea
y, sin que nadie lo vea,
lo roba a su entero antojo.

¿Se te perdió un calcetín?
Reclámaselo al Perdento,
el tiene el oído atento
y propondrá un arreglín.

Te devuelve tu calcetín,
roba en cambio una tijera,
o te sisa la panera,
o te birla el corbatín.

Si buscas, desesperado,
donde está tu otro zapato
¡échales un garabato!
Y aparecerá a tu lado.

Los Perdentos, asustados,
devuelven lo que les pidan,
que en tal trance no trepidan
para no ser insultados.


Jara, Max (1886-1965) Chileno. Nace un 21 de agosto en Yerbas Buenas, pueblo cercano a Linares. Su verdadero nombre es Maximiliano Jara Troncoso. A muy temprana edad le interesó la literatura. A los trece años, en 1899, sus primeros versos fueron publicados en el periódico “El Deber”, de la localidad de Piduco. Terminó sus estudios secundarios en 1901 en Santiago. Durante tres años fue estudiante de la escuela de Medicina de la Universidad de Chile, pero la dejó para dedicarse a escribir. Como este fue su norte, trabajó para procurarse su manutención, en diversos oficios: como escribiente en la Facultad de Matemáticas e Inspector General de la escuela de Ingeniería de la misma Universidad que abandonó, como redactor de cables en “El Mercurio” y “ El Diario Ilustrado”, como oficinista en la Dirección de Obras Públicas y Ferrocarriles del Estado terminando con un cargo administrativo de sub jefe de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile. Un primo hermano de su padre, Pedro Antonio González, poeta, influenció su primer libro “Juventud” de 1909, escrito con cierto romanticismo exagerado, del cual se desligó no sin apremios porque buscaba un estilo propio, difícil de encontrar. Es un período en que escribe elegantemente, melancólico, pero sin hallar un lenguaje que dé con su verdadero sentir personal. Por su carácter silencioso, sereno, reservado, estuvo alejado de los círculos literarios de la época. En 1914, Max se alejó del simbolismo aproximándose al romancero y a la poesía juglaresca medieval española al publicar un segundo libro “¿Poesías?”. Estaba en pleno descubrimiento de un lenguaje y forma propios que se afirmó en su siguiente libro “Asonantes: tono menor” en 1922, donde se encuentra su poesía “Ojitos de pena” tan famosa, con una expresión lírica que incluso pudo mantenerse alejada de la gran influencia del creacionismo de Vicente Huidobro. Para 1916, su obra fue recopilada en la “Antología Selva Lírica”. Su creación poética era ya reconocida por la crítica nacional valorando una poesía fina, sencilla y cuya armonía despertaba espiritualmente a quien la leía. Fue Pablo Neruda y Eduardo Barrios quienes como jurado, entre otros poetas, decidieron otorgarle el premio Nacional de Literatura a la edad de setenta años. En esa ceremonia expresó: “La poesía es la expresión rítmica y rimada de las emociones del hombre. Es imposible emocionarse con lo que no se entiende. Afortunadamente hay poetas modernos que están dirigiendo sus obras a la poesía clásica. Ojalá que esto sea imitado por el resto de nuestro poetas. El mundo necesita un poco de sentimiento, de amor y de fe y sólo la poesía puede encontrarlo”

Ante el arroyo
Max Jara

Aguas que multiformes y turbulentas
entre las rigideces de los peñascos,
con nostálgico vértigo de tormentas,
ruedan en un sonoro tropel de cascos;
aguas de claridades hondas y quietas,
traidoras en su ignota melancolía,
aguas, todo belleza, de los poetas,
aguas, todo tristeza, de los suicidas;
vierten vuestros rumores en mis oídos
la tumultuosa vida de las montañas,
agua maravillosa de los olvidos
bullente en el bochorno de mis entrañas.
Preña con tus hechizos las soledades
de mis ojos, resecos con la mezquina
aridez desolada de mis edades,
agua de peregrinos, y peregrina.
Mujer no me ha besado como tú besas,
ni sus miserias turban como tus sones,
que las fragilidades de tus bellezas
quebrantan el prodigio de los timones.


Pezoa Véliz, Carlos (1879 -1908) Chileno. Nace un 21 de julio en un barrio pobre de Santiago de Chile. Su madre estuvo dedicada al servicio doméstico, como criada o costurera al parecer, y su padre, un inmigrante español que vino a la aventura a este país, desapareció en la noche de los tiempos. A raíz de este episodio, los patrones de su madre, quienes como matrimonio no podían tener hijos, lo adoptaron. De esta forma pudo, el futuro poeta, contar con una familia constituida tanto así, que sus padres le adoptaron también una hermanita para que no estuviese solo. Durante su adolescencia, en el período que inicia su prosa poética, las fugas de su hogar se hicieron frecuentes vagabundeando por las ciudades de Valparaíso y Viña del Mar. A los veinte años fue arrasado por un amor virgen que le produjo crear “Cosa Pasada”, una primera etapa romántica llena de tristes y apasionadas imploraciones por el amor no realizado. Influyeron en él varios poetas y escritores de renombre como Gutiérrez de Nájera, Gustavo Adolfo Bécquer, Edgar Allan Poe, Rubén Darío con su modernismo, Gorki y Tolstoi, estos últimos, sensibilizándolo socialmente. Entrando a 1900, fue periodista en los diarios “El Chileno”, “La comedia humana” y “La voz del pueblo”, los cuales le dieron la oportunidad como reportero, de conocer la existencia de los hombres y las costumbres de las oficinas salitreras del norte. «El taita de la oficina» fue un cuento creado, producto de esta interacción tan enriquecedora. Una segunda etapa, más maduro, entre 1902 y 1905, lo destaca por los poemas «Nada», «El Organillo» y «Juan Pereza», los cuales son dados a conocer y lo levantan como uno de los excelsos poetas chilenos del siglo veinte. Es un poeta enraizado en la voz del pueblo chileno. Sus motivos son la vida del campo y de la ciudad, los campesinos pobres, la marginalidad de los desplazados, de los humillados y caídos. Tiene un lenguaje irónico matizado con el sufrimiento y la tristeza de los más desposeídos, inclusive cuando se escribe a sí mismo siempre rebelándose, denunciando, parodiando. Varios críticos literarios arguyen que Pezoa ha influenciado a Parra. Las publicaciones habituales en los periódicos y revistas, de poemas, relatos y viñetas, en “La lira chilena”, “Pluma y lápiz” y “Luz y sombra”, crearon presencia en la opinión pública nacional de su pensamiento, sumadas a su participación en el Ateneo de Santiago, de por sí, brillante. Fue designado Secretario Municipal de Viña del Mar. Esta ciudad como la de Valparaíso fue para él fundamental en su vida cultural y personal. De su poesía, reunida en antologías póstumas, destaca también, fuera de los nombrados, “El perro vagabundo» y “Entierro de campo», entre otros. Antes de morir, y muy joven, de 30 años, por una tuberculosis, el 21 de abril en el Hospital San José de Santiago, hoy centro cultural, patrimonio arquitectónico nacional, contempla sus alrededores y crea el poema el «Alma Chilena».

El Perro Vagabundo
de Carlos Pezoa Veliz

Flaco, lanudo y sucio. Con febriles
ansias roe y escarba la basura;
a pesar de sus años juveniles,
despide cierto olor a sepultura.

Cruza siguiendo interminables viajes
los paseos, las plazas y las ferias;
cruza como una sombra los parajes,
recitando un poema de miserias.

Es una larga historia de perezas,
días sin pan y noches sin guarida.
Hay aglomeraciones de tristezas
en sus ojos vidriosos y sin vida.

Y otra visión al pobre no se ofrece
que la que suelen ver sus ojos zarcos;
la estrella compasiva que aparece
en la luz miserable de los charcos.

Cuando a roer mendrugos corrompidos
asoma su miseria, por las casas,
escapa con sus lúgubres aullidos
entre una doble fila de amenazas.

Allá va. Lleva encima algo de abyecto.
Le persigue de insectos un enjambre,
y va su pobre y repugnante aspecto
cantando triste la canción del hambre.

Es frase de dolor. Es una queja
lanzada ha tiempo, pero ya perdida;
es un día de otoño que se aleja
entre la primavera de la vida.

Lleva en su mal la pesadez del plomo.
Nunca la caridad le fue propicia;
no ha sentido jamás sobre su lomo
la suave sensación de una caricia.

Mustio y cansado, sin saber su anhelo,
suele cortar el impensado viaje
y huir despavorido cuando al suelo
caen las hojas secas del ramaje.

Cerca de los lugares donde hay fiestas
suele robar un hueso a otros lebreles,
y gruñir sordamente una protesta
cuando pasa un bull-dog con cascabeles.

En las calles que cruza a paso lento,
buscan sus ojos sin fulgor ni brillo
el rastro de un mendigo macilento
a quien piensa servir de lazarillo.


Matte Alessandri, Ester (1920-1996). Chilena. Nace en Santiago, un 17 de febrero, en plena candidatura presidencial de su abuelo Arturo Alessandri. De carácter sensitivo, melancólico, hipersensible, tímido y rebelde al mismo tiempo, su sencillez la impulsa siempre a disminuir la importancia de su propia obra favoreciendo la de otros, especialmente de poetas y escritores jóvenes de su época, y su sensibilidad a donarse a los desposeídos. Sus primeros pasos lo da en el Palacio presidencial La Moneda, en las alfombras rojas de sus salones, donde vivió una vez su abuelo fue elegido presidente de la República. En 1924, su familia abandona la Moneda a medianoche, ella en camisa de dormir, muy asustada, cuando un grupo de militares intenta tomarse el poder, partiendo a la calle Agustinas donde conoce otro hogar: con palmeras, gatos, gallinas, perros y loros. “esa noche de desvelo hizo crecer en mí algo negro, triste, desolado que me ahogaba y que más tarde supe que se llamaba angustia”, como escribirá en su autobiografía. Había aprendido a leer y escribir en su casa y luego estudió en las Monjas de los Sagrados Corazones. En Sexto año de preparatoria ingresó al Liceo Nº1 de Niñas donde realizó los tres primeros años de enseñanza secundaria, terminándola en el colegio Jeanne D’Arc. En 1928 se entera que la casa de su abuelo es allanada mientras él permanece en el exilio, y que su abuela conmocionada no logrará reponerse hasta enfermarse, lo que la conducirá a a muerte más tarde, cuando su abuelo es elegido nuevamente presidente el año 1936. Antes de este deceso lamentable de su abuela querida, Ester, el año 1931, con 11 años, no puede ir a buscarlo cuando éste regresa del exilio, pues se enferma de fiebre psicosomática. Vivió grandes contrastes de experiencias. En Santiago, cuando retornaban de sus largas vacaciones en Buin, luego de convivir con pinos, sauces, trigo, carretas, paseos en bicicleta, comiendo melones y sandías, se encontraban con parientes encarcelados que el general Ibañez había hecho apresar, y agentes de seguridad que los seguían por las calles, en medio de la incertidumbre y la inseguridad. Otro momento terrible de su existencia lo vivió cuando estuvo en Chillán el día del terremoto, un 24 de enero de 1939. Su padre venía de Santiago y su tren descarriló en un puente del río Ñuble. Éste llegó a pié al centro de la ciudad, presenciando los derrumbes, los incendios, los cadáveres y los heridos ayudando en lo que pudo hasta encontrar a su familia. Ester quedó con su familia mirando el cielo lleno de aerolitos que lo surcaban, al lado de su casa totalmente destruida. Luego de esta desgracia, entró a la Universidad a estudiar Castellano y Literatura con los mejores profesores chilenos como Eugenio Pereira Salas, Eugenio González, Feliú Cruz, Antonio Doddis, entre otros. Universitaria conoció a Gonzalo Rojas, quien le presentó a Nicanor Parra, ambos la llevaron a conocer a Pablo Neruda y a Delia del Carril en la casa de Michoacán, en Ñuñoa. Estuvo tres veces en París. Invitada por el profesor Doddis, en una situación muy difícil de sobrevivencia y muy joven; la musicóloga Cora Bindhof le pidió que le llevara un paquete a París a su hija Elisa, casada con André Breton. Una vez que entregó dicho paquete por esas coincidencias, se le abrieron las puertas para conocer a todos los surrealistas de la época en la casa de los Breton. La segunda vez en París fue en 1965, donde estuvo con Neruda y Matilde y Enrique Lihn. La tercera asistió a La Sorbonne, por una invitación de la universidad a un seminario de literatura sudamericana. Había acompañado años antes, en 1955, a su marido norteamericano a Nueva York con sus dos hijitas pequeñas, donde se admiró de esta ciudad. Su actividad literaria comenzó en Radio Minería con un Noticiero Cultural. Más tarde fue fundadora de la Revista Extremo Sur y creadora de un sello editorial El Viento en Llamas. También fundadora de la revista Alerce. Asistente de las cátedras de los profesores Mariano Latorre y Ricardo Latcham en el Pedagógico, luego dirigió la Casa de la Cultura de Ñuñoa, antigua y preciosa mansión de la familia Alessandri donde se renovó el compromiso cultural con la comuna al inaugurar talleres y cursos que beneficiaban a la población de todas las edades, entre ellos, de teatro (Gustavo Meza, fue uno de sus directores), folklore y danza (donde Víctor Jara lo dirigió) coro, pintura y poesía cuyo profesor encargado fue Jaime Gómez Rogers, conocido como Jonás; actividades que se extendían para los niños, inclusive. Allí se celebraba la ceremonia de entrega de premios “Pedro de Oña” que alguna vez lo merecieron los poetas José Miguel Vicuña, Eliana Navarro entre otros; se engalanaban las festividades de la semana patria con recitales de Enrique Lihn y Efraín Barquero; junto, durante todo el año, a otras exposiciones de primera calidad de artistas plásticos: los Salones de primavera, y cuartetos musicales, de compositores clásicos, como conferencias de especialistas donde fue invitado Zlatko Brncic, el poeta, músico y lingüista, profesor de Castellano, en torno a los yugoslavos en Chile y la creación literaria de Ivo Andric sobre su obra “El Puente sobre el Drina”. Ester era amable y gentil con todos, preocupada de servir y trascender sobre las ideologías para amparar a los creadores, a los artistas en ciernes y a los niños que se destacaban por su sensibilidad artística; pero no sólo a ellos, siempre tuvo una postura comprometida con la defensa de los Derechos Humanos, con amplia generosidad. Ella fue un ser que se repartió entre todos: donando parte de su peculio personal para los escritores que lo necesitaban luego de septiembre del 73’; tratando de buscarles refugio, contactando embajadas para salvarlos y sufriendo calladamente por su dolor al saber a su primo Luis Matte, Ministro del Presidente Salvador Allende, desterrado en la isla Dawson. Más tarde decidió exiliarse en París donde intentó trabajar de doméstica y nana de niños, a pesar de sus años. Volvió a Chile desolada. Tampoco aquí pudo reconstruirse. Se enfermó gravemente y con mucho esfuerzo continuó proponiendo actividades desde la Sociedad de Escritores para defender la cultura en las poblaciones y agrupaciones literarias de la periferia que la requerían. Cuando fue presidenta del Sindicato de Escritores luchó por obtener la casa del escritor, lo que hoy es la SECH, en Almirante Simpson 7. El año 1999 fue refundada, en homenaje suyo, la biblioteca de la Sociedad de Escritores con su nombre. Fue autora de una poesía sacra ligada a un misticismo muy personal, donde se observa y se sienten sus vicisitudes en medio de la vorágine del olvido, el dolor y el destino ligados a la vida cotidiana. Fue una persona altruista, de empuje, sensibilidad suma, nostálgica, y tal vez, resumiendo, sin liberarse de cierta angustia existencial. Sus poemas en una obra “Del Hacer de Ester Matte Alessandri” muy ligados a la naturaleza; “La Hiedra” en 1958, “Otro Capítulo” en 1963 y “El Rodeo y otros Cuentos” de 1983; son una amalgama de sentires. Más tarde “Desde el abismo”, poesía de 1969; su premiada obra en 1978, por la Academia Chilena de la Lengua de poesía “Las Leyes del Viento” ; “Cartas a Tatiana”, poesía 1981; “Leve Pasar”, poesía, 1994; una autobiografía “¿Quién es quién en las letras chilenas?” de 1980 y una Antología de su obra poética “Poesía” editada en 1987, nos muestran a una mujer entera, culta, que lentamente se va refugiando en Jesús, y los escritos de San Juan de la Cruz y de Sor Inés, como alternativa al sufrimiento personal y social. Jaime Quezada, escritor, recuerda que Ester estaba, a fines de mayo del 1974, cuando Pablo Neruda fue trasladado al nicho 44 del patio México del Cementerio General. “Fue antes de las ocho de la mañana. Fue muy privado, no hubo discursos y sólo estaban Matilde, Ester Matte Alessandri, Manuel Solimano, Teresa Hamel y Coloane”, nos dice. “Era una mañana fría, había neblina y todo se hizo en silencio. Fue algo muy sobrecogedor. El féretro aún conservaba la bandera chilena con que fue enterrado la primera vez. Y en su nuevo nicho estuvo hasta 1992”, apunta. Ella nos lega: “El poder, el verdadero poder lo da la concentración profunda y la búsqueda de personas con valores internos.”


SUEÑOS
Ester Matte

Libre de ataduras
vuelo en el vacío.
Desde el fondo de mí
quemo mis naves de recuerdos
para deshacer el olvido
de aquellos perdidos sueños
por donde se filtraron
los interminables días.

1 comentario:

Enrique Dintrans Alarcón dijo...

Agradezco no solo la idea pedagógica sino también el haber presentado biografías de poetas y poetisas chilenos, con algunos de sus poemas. Su blog es muy valioso.
La felicito.